Época: Monarquías occidenta
Inicio: Año 1265
Fin: Año 1306

Antecedente:
Francia e Inglaterra



Comentario

Entre el reformismo radical de Simón de Montfort y los suyos y el cerril realismo de los colaboradores incondicionales de Enrique III se fue abriendo camino un nuevo partido en el que ingresaron algunos cualificados magnates como Gilbert de Clare. Eduardo acabó poniéndose a la cabeza de este grupo. El 4 de agosto de 1265 Simón de Montfort era derrotado y muerto en Ewesham. Durante algún tiempo, la revancha contra los parciales del conde de Leicester fue terrible. Eduardo, sin embargo, no deseaba repetir errores del pasado. Su primer objetivo será poner en marcha un programa de apaciguamiento político y reformas.
Durante los últimos años de su reinado, Enrique III fue suplantado en sus funciones por su heredero. El pacto de Kenilvorth logró un cierto apaciguamiento: limados radicalismos de todo signo, Eduardo mantuvo en pie los núcleos fundamentales de la Carta Magna y de las "Provisiones de Oxford". Desde 1272 en que se produjo su ascenso al trono, Eduardo I dio un nuevo impulso -controlado desde el poder real- a las reformas.

En 1283 se daría el conjunto de reglas para amalgamar los diferentes componentes que habían integrado el Parlamento. En 1295 se recogería -al decir de los especialistas- el fruto de esta evolución.

Bajo el nombre genérico de "Estatutos", el parlamento inglés fue promulgando un conjunto de disposiciones que cubrían un amplio espectro: garantías civiles y políticas, organización militar del reino, créditos comerciales, bienes eclesiásticos, etc.

La capacidad de gestión de Eduardo I se manifestó también en Guyena, el último reducto de la presencia Plantagenet en Francia. Una larga estancia en el territorio (entre 1286-1289) permitió acometer las necesarias reformas para mantener el control. Las ambiciones de París, sin embargo, no estaban aún saciadas y Guyena se habría de mantener como manzana de discordia entre las dos casas reales.

Respecto a la política exterior eduardiana, como buen administrador Eduardo I se reveló también corno un capacitado jefe militar en las áreas periféricas del reino de Inglaterra: Gales y Escocia.

La guerra civil de los barones y el consiguiente desgobierno inglés habían favorecido las pretensiones de Llewelyn de Gales, de hecho independiente. Eduardo emprendió varias campañas contra el país. La última (1282) concluyó con su anexión aunque con el alto costo de tener que mantener las fuerzas inglesas una tupida red de fortalezas. Desde estos años, el heredero de la Corona inglesa ostentaría el título de Príncipe de Gales.

Más duras fueron las campañaas escocesas. El reino de Escocia había recibido, desde el siglo XII, la continua influencia de Londres de quien se había proclamado repetidamente vasallo. Los periodos de crisis interna padecidos por los Plantagenet permitieron relajar estos lazos.

La vacancia del trono escocés poco después de muerto Alejandro III (1286) convirtió a Eduardo I en árbitro de la situación entre dos clanes rivales: los Balliol y los Bruce. El inglés se inclinó por Juan Balliol que, a la postre, acabaría traicionándole. Durante un decenio se sucedieron los éxitos y las decepciones de Eduardo en el avispero escocés. En el sepulcro del soberano se gravó la inscripción "Ci-gît le marteau de l'Escosse". La realidad última era menos triunfalista: al descender el rey a esta tumba en 1306, las Tierras Altas se encontraban en abierta revuelta contra los ocupantes ingleses. Primero en Juan Balliol, después en Guillermo Wallace y ahora en Roberto Bruce, los escoceses encontraron indómitos líderes de su independencia política.